lunes, 23 de noviembre de 2009

Arquitectura




El siglo del México contemporáneo en la arquitectura

El siglo XX puso a México, por primera vez en su historia, ante la posibilidad de ser contemporáneo de las naciones que decidían la orientación de la arquitectura en el mundo. Nuestro país tuvo un problemático siglo XIX, por lo que su gran arquitectura “decimonónica” sólo pudo aparecer en los inicios del siglo XX. En efecto, las primeras obras mexicanas de los novecientos son herederas en sus formas del pasado, aunque sean ya –y esto es importante para la historia de la arquitectura–, muy avanzadas técnicamente hablando: el Palacio Postal, el Palacio de Comunicaciones, el nuevo Teatro Nacional y el frustrado Palacio Legislativo. Todas ellas fueron proyectadas por extranjeros, únicos capacitados para abordar su gran complejidad –según se creía–. Tienen estructura de acero y concreto, así como modernas instalaciones hidráulicas y eléctricas, ascensores y teléfonos. Su mismo lenguaje historicista no era percibido en aquella época como anticuado (calificativo aplicable entonces sólo a lo colonial), sino como moderno, aunque hoy nos parezca evidente, para decirlo como Manfredo Tafuri y Francesco dal Co, quienes al hablar del art nouveau desplegado en el Teatro Nacional de Adamo Boari expresan que allí había sólo una “resistencia sublime” al cambio, una inconsciente actitud de “celebrar más la extinción de un mundo que la aparición de nuevos horizontes”. La belle époque europea y el Porfiriato mexicano, en efecto, se acercaban a su extinción.

Palacio de Bellas Artes.

En el se mezclan esquemas Bizantinos, Renacentistas, Románico, Neobarroco, Neoindigenista y del Nouveau, en detalles del exterior además de contener Art Deco en interiores es obra del noble Arquitecto Adamo Boari. (1904-1934). Ubicado en el Eje Central y Avenida Juárez. *

Comercio y Abasto.
La expansión de la habitalidad comercial encontró en la ideología liberal porfirista la forma más directa de enlazarse al sistema económico nacional a través de su limitado mercado interno, de la emergente red ferroviaria que para entonces contaba con algunos troncales a su paso y con la consolidación y reacomodo del capital extranjero, el comercio, entonces, continuo desarrollándose y creciendo en manos de extranjeros.

El largo período de paz porfiriana y la política favorable a la inversión extranjera acrecentaron esas condiciones para que los capitales norteamericanos y europeos incursionaran y controlaran monopolicamente los principales campos comerciales, hasta dominarlos a través de las principales empresas dedicadas a diversas actividades de sus diferentes ramas.

Las edificaciones que para el caso requirió este genero se vieron suplidas en el tiempo, bien por que sus propietarios deseaban tener más impacto en la población o bien por que habían tenido tanto éxito que el espacio actual ya no satisfacía sus expectativas de tal forma que los espacios aun construidos ex profeso también sé refuncionalizaron rápidamente, pero en el sentido de la restitución.

En esa dirección, los estilos arquitectónicos se verán casi como simples accidentes temporales que acompañan a la obra en el tiempo, pues cambiarían también al modificarse el espacio edificado. Las modas estilísticas serán entonces como modas de la alta confección; cambiarían según la temporada, la moda y el modisto. Así la especialidad del comercio, principalmente de artículos extranjeros manifestara por circunstancias diversas las que en Europa especialmente Francia, esté dominando el campo de la Arquitectura, de la Ingeniería y los estilos expresados en ellas iran ligados irremediablemente al bogaje cultural de quienes la proyectan y, sobre todo, a la idea de país a la que se aspira.

Las ideas estéticas en la arquitectura, así como en muchas otras en las demás esferas del conocimiento, estarán entonces subsumidas al eclecticismo. Pero un eclecticismo que, en un principio, exige un amplio conocimiento de una gran cantidad de estilos con sus respectivos cánones compositivos, mismos que conforman toda una gama de donde los compositores seleccionan lo mejor según el cometido del edificio, incluyendo desde luego los sistemas constructivos y materiales más modernos para su concreción.

El importante comercio de la Ciudad de México generaría una nueva concepción arquitectónico-urbanística que, sin duda encontraría su correlato en la aparición de las tiendas departamentales tal como se construían en Europa, especialmente las ubicadas en las principales arterias o en las avenidas monumentales. En este sentido, el comercio especializado de ropa de la Ciudad de México fue el que tuvo mayor auge, sobre todo el proveniente de Francia, contándose con el rededor de 27 almacenes grandes y medianos para esas fechas.

En la especialidad en la venta de artículos de ferretería la Casa Boker fue sin duda, la más famosa de su tiempo y su genero
Casa boker.

En el siglo XIX, en la esquina noroeste de las calles de Coliseo Viejo y del Espíritu Santo (actualmente 16 de Septiembre e Isabel La Católica) se encontraba el famoso hotel y café de "La Gran Sociedad", así como el "Portal del Águila de Oro" donde se alojaban los libreros de viejo de la antigua ciudad de México. Este terreno hoy lo ocupa la Casa Boker, y tiene sus orígenes en el siglo XVI, ya que formó parte del hospital del Espíritu Santo.

En mayo de 1865 llegó a México un joven alemán llamado Roberto Boker (1843-1912), quien fundó en ese sitio, con gran éxito, una ferretería. Dentro del inventario que manejaba se encontraban desde fuetes para cocheros, carros de caballos de diferentes tipos, autos de vapor marca White, hasta carros de bomberos.

Al terminar el siglo XIX, debido al crecimiento del negocio, el Sr. Boker compró el inmueble y los aledaños para construir su propio edificio; el cual hasta la fecha sigue perteneciendo a la familia ya durante cuatro generaciones, caso raro en un giro comercial en la ciudad de México.

El proyecto de la Casa Boker fue de los arquitectos neoyorquinos De Lemos y Cordes; los contratistas fueron A.R. Whitney Co., de Nueva York, y la obra la llevó a cabo el ingeniero mexicano Gonzalo Garita en dieciséis meses. Un detalle interesante en la construcción fue que el fotógrafo judío-húngaro Guillermo Kahlo realizó su primer trabajo como fotógrafo profesional con el seguimiento de la construcción de este edificio.

Al excavar el terreno para colocar la cimentación se encontraron dos piedras, una de origen prehispánico que representa un águila, y la otra virreinal, la que se supone que es el escudo del primer propietario del predio. La primera fue donada por la familia Boker al Museo de Antropología y la otra se extravió durante la Segunda Guerra Mundial, periodo en que el negocio fue intervenido.

Fue la primera construcción que se hace en México totalmente de viguetas de acero en columnas y trabes. La fachada, enmarcada por dos columnas de granito de Nogales, Sonora, cuenta con amplios escaparates, está cubierta de cantera de Pachuca, Hidalgo; se deben notar como elementos decorativos los soportes con cerramiento de arco que abarcan doble altura, el original torreón que corona la esquina y los vistosos relieves ornamentales de bronce.

Es de admirar la crestería de lámina de latón que remata la fachada y el torreón, también los balaustres, guirnaldas, cornisas y relieves decorativos, entre otros. Todo lo anterior hace que esta obra sea un magnífico ejemplo de solidez de la arquitectura porfiriana construida para durar varios siglos.


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